“No podemos permitirnos el lujo de derrochar más tiempo. Tenemos que legislar, tenemos que adoptar decisiones que ya no admiten más demora. Porque el mundo, con todos sus problemas y sus urgencias, no deja de avanzar, y no se va a detener para esperarnos hasta que solucionemos nuestras disensiones y nuestros bloqueos”. Palabras de Pío García Escudero tras ser reelegido como presidente del Senado. Ana Pastor, por su parte, en su primera intervención como presidenta de la Cámara Baja, hablaba de confianza, de estabilidad, de diálogo, de cordura…
Estas palabras me traen a la memoria el célebre tratado de moral del cordobés Lucio Anneo Séneca, Diálogos o, mejor llamada, Tratados morales, una obra de principios de la era cristiana que bien podíamos desempolvar porque, con los tiempos que corren, algo de moralidad sí que nos hace falta…
De estilo parenético, de exhortación o amonestación, es un tratado destinado a difundir y defender la bondad de determinadas conductas con el fin de encaminar a los hombres hacia la virtud. Séneca habla de la providencia, de la firmeza del hombre sabio, de cómo mantener la calma frente a la ira, de la felicidad, del ocio y la reflexión serena, de la tranquilidad del espíritu y del valor del tiempo sobre la brevedad de la vida. De todo esto habla el cordobés con un lenguaje apto para un público no precisamente iletrado, pero al que hay que impresionar para convencerlo. De ahí el empleo constante de tropos y figuras retóricas: etimología, paronomasia, aliteración, homoiteleuton, quiasmo, políptoton, antítesis, paradoja, ironía metonimia…
Pero si hay algo que caracterice los Diálogos de Séneca son las incoherencias, esas que responden a la contradicción existente entre la moral que predicó y la que practicó. Y si de un ejercicio de moralidad se tratara, repasemos la de la caterva de políticos que conforman el panorama actual. Voces que parecen alzarse en pro de una democracia, de una sociedad, de un país, que lleva meses encallado, cuando lo que persiguen es el protagonismo personal. Esos famosos sillones de los que tanto se ha hablado.
Como en la obra de Séneca, nuestra política, nuestros políticos, deben abandonar el inmovilismo en el que se han instalado y retomar -si es que alguna vez tuvieron- la clave del diálogo, de los acuerdos y de los consensos. Porque la clave no es destruir a la oposición, sino acordar con ella políticas comunes en pro de esta sociedad tan ajada.
Se trata de velar por esa firmeza que profesan a los propios partidos pero que a su vez ofusca y anula la razón con la que la divina providencia nos pone a prueba. Esa razón que pierden cuando la irritación, la ira, se apodera de sus mentes y de sus cuerpos. Cuando el sin sentido los aleja de las excelencias de la vida, de su particular otium, de esa vida feliz que los estoicos entendían como una vida virtuosa de acuerdo con la naturaleza y no con los placeres.
Es hora de renovar, de modificar, las estructuras obsoletas de los partidos. Es hora de que quienes son incapaces de llegar a acuerdos políticos, quienes anteponen sus intereses a los del propio país, no dilapiden más su tiempo (ni el nuestro) y se retiren ya de la vida pública. Que se concedan la tan anhelada tranquilidad estoica de la ataraxia, basado en una vida austera, lejos de cargos y ocupaciones que únicamente están consiguiendo acortar sus vida. Que la vida es breve, muy breve, y el tiempo hay que emplearlo con sabiduría en la mejora personal si uno no sabe invertirlo en la mejora social. Es hora de pasar de las grandes discursos a los hechos porque, como casi nada en la vida, tampoco la paciencia de los ciudadanos es infinita.
Se trata, en definitiva y como nos diría Séneca, de recuperar la moral y la ética en el ejercicio de la política y, si la naturaleza del hombre es en sí perfecta y divina, que no seamos nosotros los que la traicionemos de continuo.
Es cierto, el tiempo pasa y con esta idea muchas veces tenemos bastante pero la pregunta: ¿y la parte irreversible de este tiempo que pasa, que está pasando?
Felicidades. https://ernestocapuani.wordpress.com/
Es una pena no ser consciente del paso del tiempo, de la brevedad de la vida y de la misma fugacidad… Gracias, amigo. ¡Feliz verano!