Si la verdadera habilidad de un líder pasa por abordar con destreza asuntos complicados, mucho tenemos que debatir sobre lo que está ocurriendo estos días. Una España que se fractura y un pueblo que se divide, física y emocionalmente. Y se ha llegado hasta aquí por no escuchar, por no hablar y por no respetar. Por evitar conversaciones que eran más que necesarias.
No voy a hablar de ideología política ni de convicciones. No voy a hablar de la legalidad o de la ilegalidad sobre cómo están transcurriendo los hechos. No. Para eso ya hay demasiados letrados en la sala. Quiero reivindicar la cordura y la sensatez mediante la palabra –claro, cómo no-, la mejor arma que se puede utilizar en cualquier situación extrema. Quiero reivindicar ese ‘entender para ser entendido’, de S. Covey, porque hay quien aún no lo ha entendido. Y esa es la clave para que la comunicación sea efectiva entre las personas. En esta ocasión, ni comunicación ni efectividad.
No era necesario que dirigentes nacionales y autonómicos nos condujeran al suicidio a todo un país. Han conseguido despertar un fanatismo nacionalista, que no existía, a lo largo y ancho de toda la geografía. Y todo ello, entre otras muchas cosas, como consecuencia de esas conversaciones frustradas que durante años han venido evitándose. Opiniones opuestas, importantes factores en juego y demasiadas emociones a flor de piel. Este es el origen de la lamentable situación en la que nos encontramos sumidos. Cuando el valor que está en juego es alto, cuando las opiniones divergen y las emociones son demasiado intensas -cada vez más intensas-, las relaciones acaban volviéndose amargas y la calidad de vida se resiente. Las emociones comienzan a cobrar fuerza y las conversaciones banales se vuelven cruciales.
Y no será porque no hayan tenido tiempo para diagnosticar lo que ya estaba ocurriendo. Claro, lo fácil era evitar la situación antes que enfrentarse a ella. Lo fácil, esperar a que otros hicieran frente a la adversidad. Y las consecuencias de rehuir una conversación, tan solo porque se temen las peores consecuencias, lo que hace es empeorar la situación. Y eso es justo lo que está ocurriendo. Demasiados puentes dinamitados, demasiadas heridas.
Desde mi atalaya de la comunicación, quiero reivindicar que el diálogo se convierta en el vehículo para salir de este conflicto; que se busque un objetivo común para dejar de navegar entre el silencio y la violencia; y que imperen la razón, la decencia y la sensatez para que esas conversaciones cruciales se conviertan en acciones.