Un Triunvirato para Ferraz

Allá por el siglo I a.C. y fruto de la alianza de tres (trium-) hombres (vir), surge en la Antigua Roma una forma de gobierno ejercido por tres personas a la vez, el Triunvirato. Con César, Pompeyo y Craso se firma de manera tácita el primero y Octavio, Lépido y Marco Antonio conforman oficialmente el segundo. Envueltos entre inspiraciones y conspiraciones, el primero terminó con el asesinato de César y el segundo con el dominio absoluto de Augusto en el mundo romano. De la República al Imperio. Sea cuales fueren los motivos, lo cierto es que el afán de poder y dominio sobre el mundo terminaron con las alianzas preestablecidas, que se presuponían necesarias para consolidar el gobierno de las instituciones.

De amores y desamores, filias y fobias, encuentros y desencuentros…

Así es de la vida. Llena de contradicciones y confusiones, de situaciones complejas, vagas e imprecisas, que no producen sino desorden y desconcierto. Así es como nos sentimos los millones de españoles que seguimos el debate con los cuatro candidatos a la presidencia. Un debate que, por histórico, se presumía distinto, novedoso. Un debate que había generado expectativas entre los ciudadanos. Un debate que tan sólo se quedó en eso: en presumir y en generar, porque se desarrolló sin sorpresa alguna, todo dentro de un guión establecido.

Lo que debió ser y no fue entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez

Toda la maquinaria preparada para el esperado maratón de ‘El Debate’ que, en principio, prometía. Citas y compromisos anulados para no perder detalle de las más de cinco horas que pasé delante del televisor. Y como yo, miles de confiados y escépticos, de fieles e indecisos, que, aunque les cueste reconocerlo, estaban expectantes. Tres cadenas de televisión, más de trescientos periodistas acreditados, asesores y consultores por doquier… todos pudimos comprobar la degeneración que está sufriendo la dialéctica en política.