Palabras de confinamiento

Es cierto que en los momentos difíciles es cuando agudizamos el ingenio, intentamos poner en práctica los buenos usos y costumbres y cuando la planificación estratégica parece dispararse. Pero no menos cierto es que todo esto debería estar ya asumido.

En comunicación ocurre lo mismo. Quienes nos dedicamos a este maravilloso mundo de la gestión de las palabras en todas sus modalidades somos conocedores de la inmerecida importancia que se le da a este proceso. Quizá, porque lo hayamos aprendido -que no aprehendido- de manera casi inconsciente; quizá, porque el mal uso nos haya llevado al abuso y al desuso; quizá, porque en este mundo material cuesta poner en valor los conocidos como ‘intangibles’

Sea cual fuere el motivo, es de imperiosa necesidad que busquemos las mejores palabras, que las seleccionemos a conciencia y que midamos los posibles efectos que pueden causar en el receptor. Es inusual comenzar un proceso de comunicación en el que estos tres elementos sean tenidos en cuenta. Somos maestros del ‘yoísmo’, de hablar más para escucharnos que para que nos escuchen, más para demostrar que para compartir. Y eso no es comunicar. 

La situación nos ha llevado a distanciarnos de compañeros y amigos, a aislarnos en nuestros hogares y a modificar nuestra forma de comunicarnos. Todo eso hace que la comunicación no verbal y la ausencia de la misma adquieran más importancia si cabe. Ahora que el uso del correo electrónico prolifera, que los mensajes escritos están por encima de los orales y que se han duplicado las publicaciones en redes sociales, ahora es cuando más tenemos que cuidar esas palabras. 

El antropólogo Albert Mehrabian realizó una serie de estudios durante la década de los 70 en los que analizaba la importancia relativa de los mensajes verbales y no verbales. Los resultados a los que llegó no son nada desdeñables. En la transmisión de sentimientos y emociones, las palabras solo participan un 7%. Todo lo demás corre a cargo de la entonación, del volumen, del timbre de voz, de nuestros gestos, de las miradas, de nuestras manos… De todo eso de lo que hoy esta maldita pandemia nos ha alejado.

Es innegable que, salvo raras excepciones, nuestra condición de seres sociales nos lleva a relacionarnos, a vivir en comunidad, a tener la imperiosa necesidad de vernos, de sentirnos cerca, de tocarnos, de escucharnos. Es por ello que, dada la situación de confinamiento en la que nos encontramos, debemos fomentar esa comunicación no verbal por encima de la verbal, esos sentimientos que van más allá que las palabras, esas emociones que mueven cada uno de nuestros actos. Por el contrario, ojo con esas palabras que dejamos desnudas en un papel. Su ridículo 7% hace que todo lo demás sea interpretable, con el consabido riesgo que eso conlleva.

Si piensas y sientes de manera alineada, te expresarás de manera congruente. Que tu pensar y tu sentir conviertan tus palabras en el mejor instrumento para comunicarte. 

No es un arte, es una necesidad.

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