¿Mensajes a flor de piel? De la epidermis a la hipodermis

Que la forma de hacer política ha cambiado, es un hecho más que evidente. Lejos quedan aquellas campañas en blanco y negro, en las que candidatos, afiliados y simpatizantes empapelaban las paredes y las calles de las ciudades con propaganda electoral. Los mítines multitudinarios fueron dando paso a las campañas televisivas y a los debates de La Clave. En estos 38 años de elecciones democráticas, nuevos partidos han ido surgiendo, nuevos candidatos, nuevas ideas… En definitiva, nuevas formas de hacer de política.

Estrategias discursivas. De la sublimación a la expulsión.

Herbert_James_Draper,_Ulysses_and_the_Sirens,_1909Este post es fruto del último encuentro Beers & Politics que celebramos en Cáceres, el día 17 de abril, y que giró en torno al uso de la palabra por parte de los órganos de poder. Un interesante tema de debate, de máxima actualidad en momentos de crisis, en que los máximos dirigentes necesitan persuadir a la sociedad para evitar conflictos que puedan desestabilizar la situación o provocar cambios bruscos.

A nadie le cabe la menor duda de que, en toda organización que se precie, los conflictos siempre están latentes, porque son fenómenos inherentes a las relaciones humanas. Sin conflictos no hay organización y, si no se regulan dichos conflictos, las organización puede llegar a desaparecer. Es inevitable que surjan diferencias entre los miembros de un colectivo. Por eso, todo grupo que aspire a convertirse en organización tiene que tener como objetivo básico la regulación de los antagonismos que emergen en su propio seno.

Y como se suele decir, “dos no se pelean si uno no quiere”. Dentro de cualquier organización siempre hay dos grupos perfectamente diferenciados: uno -el más reducido-, que es el que ejerce el poder; y otro, el mayoritario, al que va dirigido ese poder. Uno, que es el que posee el poder de la palabra; y otro, que es el que la recibe. Emisor y receptor son las dos partes fundamentales de cualquier formación, si bien es cierto que el emisor es el encargado de regular y amortiguar mediante la palabra el antagonismo existente, con el fin de persuadir a su auditorio y conseguir su adhesión.

¿Cuáles son, pues, esas estrategias que el poder utiliza, consciente o inconscientemente, para captar la atención del resto de la organización? Partiendo del método de análisis del discurso, creado por del profesor Antonio Rodríguez de las Heras, las regulaciones detectadas son siete:

  1. Sublimación: el orador alude a elementos aceptados por el poder y por el auditorio, compartidos de manera positiva.
  2. Favor: intento por parte del orador de mostrarse abierto y condescendiente con el auditorio, alabando sus capacidades.
  3. Desviación: crítica de elementos externos a la organización, crítica que es compartida por el orador y por el auditorio.
  4. Miedo: mención de elementos ajenos a la organización, negativos para ella, que pueden causar un peligro interno.
  5. Culpabilidad: reproches al auditorio por las malas actuaciones de la organización.
  6. Represión: amenazas, descalificaciones, ironías del orador contra el auditorio o contra alguno de los miembros.
  7. Expulsión: que consiste en ignorar el antagonismo y negarse a debatir.

18022En ese camino hay tres cortes cualitativos, en función de la brusquedad con que el orador regula el antagonismo con el auditorio:

  • Sublimación y Favor: regulaciones blandas
  • Desviación, Miedo y Culpabilidad: regulaciones medias.
  • Represión y Expulsión: regulaciones duras.

Como se puede apreciar, en las 7 regulaciones hay una clara gradación, desde las más conciliadoras -aquellas en que la sintonía entre el orador y el auditorio es mayor- hasta aquellas en que el antagonismo se hace más patente. Si analizamos con detalle cualquier discurso y somos capaces de descubrir las regulaciones utilizadas por el orador, obtendremos una valiosa información sobre la naturaleza de la alocución, sobre la situación en la que se encuentran emisor y receptor, sobre las pretensiones y capacidades del orador y sobre la composición del auditorio.

Lo más interesante de este análisis discursivo es que cada una de las estrategias las podemos aplicar a nuestro día a día: en casa, en el trabajo, con compañeros, con amigos… Vivimos entre sublimaciones y favores; entre desviaciones, miedos y culpabilidades; entre represiones y expulsiones que, más allá de la importancia del propio discurso, ponen de manifiesto la capacidad de éste para interpretar el fenómeno del poder, del conflicto y del cambio en una organización social determinada. El que sea capaz de utilizar la palabra como un arma, será el más fuerte. Sólo hay que saber cómo utilizarla, para que esta arma no sea letal.

Rancio olor a elecciones

Antes de que comenzara el Debate del Estado de la Nación, todos sabíamos que no se trataría de un debate al uso para evaluar el estado del país, sino que sería el punto de partida de un intenso año electoral que culminará con el voto de los ciudadanos en las urnas. No era el momento de hablar de herencias, de reproches, ni de propuestas de futuro. Ni de Bárcena, Griñán o Chaves. Era el momento de hacer balance anual y pudimos ver de todo menos eso. Mucho derroche de corbatas, de trajes, de tecnología, de democracia y tolerancia para terminar con un bronco, ácido y navajero debate entre los Sres. Rajoy y Sánchez.

Discursos al borde de un ataque de nervios*

Corría el mes de octubre de 1983 cuando Felipe González Márquez, presidente del Gobierno desde el año anterior, instauró la celebración del debate sobre el estado de la nación. Se trata de un debate en el que intervienen tanto el partido que sustenta el gobierno, como los partidos de la oposición y cuyo objeto no es otro que hacer balance de la labor desempeñada por el poder ejecutivo. Desde esta fecha hasta nuestros días, el debate se ha celebrado en 23 ocasiones con una periodicidad anual y han sido 10 los políticos que se han enfrentado dialécticamente. Solamente se ha dejado de celebrar en seis ocasiones, todas ellas por la convocatoria de elecciones generales.