Discursos al borde de un ataque de nervios*

Corría el mes de octubre de 1983 cuando Felipe González Márquez, presidente del Gobierno desde el año anterior, instauró la celebración del debate sobre el estado de la nación. Se trata de un debate en el que intervienen tanto el partido que sustenta el gobierno, como los partidos de la oposición y cuyo objeto no es otro que hacer balance de la labor desempeñada por el poder ejecutivo. Desde esta fecha hasta nuestros días, el debate se ha celebrado en 23 ocasiones con una periodicidad anual y han sido 10 los políticos que se han enfrentado dialécticamente. Solamente se ha dejado de celebrar en seis ocasiones, todas ellas por la convocatoria de elecciones generales.

Fuente: www.diariodeavisos.com
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Partimos de la base de que los debates del estado de la nación gozan de gran relevancia, principalmente, por dos motivos. En primer lugar, por el gran impacto mediático que generan. Y en segundo lugar, porque en ellos se abordan los asuntos más importantes del año y la presencia de las transgresiones argumentativas para desbancar al contrario son más que evidentes.

Los primeros debates que se celebraron tenían un tono correcto, comedido, en los que no importaban las promesas ni los proyectos en sí, sino el debate político puro y duro. Con el paso del tiempo, se ha ido produciendo una evolución y la exposición política ha ido dejando paso al debate de ideas. Mayorías absolutas que han endurecido los discursos y convulsiones internas de partidos que se han ido viendo reflejadas en disertaciones vagas y anodinas.

Ahora bien, las circunstancias socioeconómicas también han cambiado con el transcurso de nuestra Democracia y se ha pasado de una constante preocupación por la amenaza del terrorismo de ETA a un desasosiego extremo centrado en la actual crisis económica que está poniendo en peligro el desarrollo del bienestar. Este hecho ha provocado un cambio en la forma de afrontar los debates sobre el estado de la nación. Al andamiaje lingüístico empleado por los políticos, hay que añadirle el uso de elementos argumentativos que dan sentido y coherencia a la propia disertación y que hacen posible su eficacia como elemento de persuasión.

Pero no sólo se producen cambios de paradigmas en el discurso, sino que también el lenguaje empleado por los políticos sufre modificaciones. Hoy se buscan, principalmente, explicaciones y no convencimientos, descripciones de actitudes y procederes dirigidos más que a la oposición a los ciudadanos en general, que siguen los debates a través de los medios de comunicación y las redes sociales. La elocuencia clásica -orientada a la razón para persuadirla, al corazón para moverlo y a la imaginación para exaltarla- ahora está encaminada a conquistar los oídos de la opinión pública para justificar decisiones adoptadas previamente. Elocuencia que se resquebraja y que deja paso a la oratoria parlamentaria. Esto hace que la palabra esgrimida sea más llana, más directa, más desnuda que la ampulosa, abstracta y genérica utilizada en épocas anteriores, ya que el ciudadano necesita que le hablen claro y con pocas palabras.

El político debe adaptarse a las exigencias de ese público y del medio. Él posee el poder de modificar esos requerimientos a través del discurso y construir una realidad diferente. La palabra es, sin duda, una de las herramientas más potentes que posee para construir el mundo y la política es el ámbito en el que ha de moverse. El mensaje del político, además de explicar la realidad, ha de crear una realidad nueva. Debe despertar deseos de cambios de pensamientos, de actitudes, de conductas, además de contribuir a mejorar el estado de bienestar.

El tema que ahora nos ocupa, el discurso del entonces presidente José Luís Rodríguez Zapatero al final de su legislatura y el del actual presidente Mariano Rajoy Brey en los albores de su mandato, está marcado por una profunda crisis no sólo económica, sino también ideológica. En un caso y otro, los principales enemigos a los que se han tenido que enfrentar -y se siguen enfrentando- han sido el desempleo, el déficit, la deuda y la recesión económica.

Años 2011-2013. Nos encontramos en un momento delicado en el que los efectos devastadores de la crisis han dado como resultado en las últimas elecciones un cambio de gobierno en nuestro país con una holgada mayoría absoluta del Partido Popular. El último debate del estado de la nación pronunciado por José Luis Rodríguez Zapatero el 28 de junio de 2011 así lo ponía de manifiesto: “Como el estado de la nación refleja lo que más importa y preocupa a los ciudadanos, mi intervención se va a centrar en la crisis económica”. Asimismo, el actual presidente del gobierno, Mariano Rajoy, en su discurso el 20 de febrero de 2013 destaca desde el principio del mismo “este duro aspecto de la realidad para reafirmar el primer y más esencial objetivo que el gobierno tiene para toda la legislatura: darle la vuelta a esta situación (a los casi 6 millones de parados)”.

Ambos, conscientes de la crisis económica que azota al país, se refieren a ella en distintos términos. Zapatero no puede abandonar el cargo sin dejar constancia de la realidad y en 27 ocasiones alude a ella, si bien es cierto que en 23 habla del ‘esfuerzo’ institucional y colectivo para salir adelante, para lograr esa recuperación, a la que se refiere 17 veces.

Por su parte, Rajoy, heredero de uno de los índices de endeudamiento más alto de la historia, pronuncia su primer discurso del debate del estado de la nación centrándose en la dura realidad económica y social del país y en la justificación de las medidas que debe adoptar su gobierno para que resurja el ‘Ave Fénix’. El popular sólo habla en 14 ocasiones de la crisis y en 7, del esfuerzo y sacrificio realizado, situación terriblemente dura que hará que la recuperación, a la que sólo se refiere en 2 ocasiones, sea lenta y costosa.

 

Crisis

Esfuerzo

Recuperación

J.L. Rodríguez Zapatero

27

23

17

M. Rajoy Brey

14

7

2

¿Por qué esta diferencia? ¿Quizá porque Zapatero no puede negar la evidencia y porque Rajoy prefiere resaltar las medidas que adoptará para salir de este lamentable estado, para dar la vuelta a esta situación? ¿Quizá porque Zapatero no puede negar el desconcierto de un gobierno ante semejante desequilibrio financiero? ¿Porque eran muchos los que empezaban a sufrir de manera visible esta situación y su capacidad para impedirlo era limitada? ¿Debería Rajoy haber empleado los mismos términos tono y el mismo todo de su oponente?

Si la veracidad y la congruencia con uno mismo son imprescindibles para que concurran en el auditorio otros elementos como la claridad y la capacidad disuasoria, en la situación actual de crisis adulterar la información y transgredir los argumentos del discurso, para persuadir la atención del destinatario y aminorar los efectos negativos ocasionados por la desafección política, es algo más que un despropósito. Es cierto que en ocasiones es nuestro juicio el que nos engaña, pero en otras, como en las que veremos a continuación, es la maña del interlocutor la que nos empuja a aceptar proposiciones que no están debidamente justificadas. Este tipo de estrategias argumentativas, que conducen al error y que son utilizadas para desbancar al oponente, han sido denominadas, desde tiempos de Aristóteles, “falacias”.

Así pues, nuestros principales líderes políticos eligen, entre otros, los argumentos ad nauseam con los que se consigue convertir en verdad una afirmación a base de repetirla constantemente.

“Esta es, Señorías, la situación en que se encuentra la economía española. Crece, a diferencia de los países europeos que han sufrido la crisis de las deudas soberanas. Lleva cinco trimestres consecutivos haciéndolo y a un ritmo gradualmente superior… Crece menos que las grandes economía europeas…. Crece, sobre todo, gracias al empujón del sector exterior…”(J. L. Rodríguez Zapatero)

Pero si hay algo que, en mi humilde opinión, deberían evitar en sus discursos, dadas las circunstancias, es hacer hincapié en los miles de millones de euros invertidos en actuaciones de diversa índole, aunque sus efectos sean convenientes y provechosos para el conjunto de la sociedad. Esto es lo que hacen cuando recurren al argumento de precio, que consiste en establecer una asociación entre una inversión económica elevada y una buena gestión de gobierno. A mayor gasto, mejor gestión.

“… 145M en materia educativa (un 13% más que en 2010)… 180.000 millones a políticas sociales (un 58% de los presupuestos totales. Un 1,3% más que en 2010) … 70.000millones sanidad… 1.500 millones destinados a becas…” (J. L. Rodríguez Zapatero)

Una de las constante en los discursos políticos y, por ende, en los debates del estado de la nación, son los ataques verbales al gobierno anterior y al conjunto de sus actuaciones, que podrían incluirse en falacia tipificada como tu quoque y que recuerda los errores y las faltas cometidos por la oposición.

Unos de los graves desequilibrios heredados del anterior ciclo de crecimiento fue un sector financiero sobredimensionado.

… Sustituir los ajustes vía destrucción de empleo por ajustes vis modificación de condiciones salariales y  de trabajo; apostar por la estabilidad en vez del uso indiscriminado de contratación temporal… ” (J. L. Rodríguez Zapatero)

En ocasiones, el político disfraza la realidad con triquiñuelas como las preguntas complejas que consiste en la concatenación de interrogaciones confusas que hacen que el adversario conteste de manera global, a sabiendas de que la respuesta no es posible sin distinguir cada una de las preguntas. Sin lugar a dudas, el objeto de dicha falacia no es otro que, quien deba responder, admita la crítica implícita.

“¿Cómo es posible que el número de parados en nuestro país hay crecido….? ¿…Cómo es posible que las cuentas de nuestro sector público… pasaran a un déficit del 11%? ¿Cómo es posible que la deuda de nuestras administraciones públicas… se duplicara? ¿Cómo es posible… que el déficit de nuestra balanza con el exterior se multiplicara por cuatro…? ¿Cómo es posible que la recaudación de ingresos del conjunto de las administraciones públicas se redujera…? (M. Rajoy Brey)

Ahora bien, nada más alentador que sumarse al ‘efecto carro ganador’ o ‘efecto de arrastre’ mediante la falacia ad populum que apela a la mayoría y al sentir general para hacerlo suyo propio, como si se tratara de la de la verdad, como si la verdad dependiera del número de los que la apoyen.

“…A estas alturas nadie puede dudar de que lo que estamos viviendo no es sólo un cambio de ciclo económico. Esta crisis es otra cosa…

…Comprendo la impaciencia por ver el final del túnel. La comprendo porque siento esa impaciencia todos y cada uno de los días….” (J. L. Rodríguez Zapatero)

Nadie duda de la irreversibilidad de nuestra moneda…

…Hoy todos los gobiernos comparten la convicción de que ambas políticas son perfectamente compatibles

…Yo, como todos ustedes, estoy dispuesto a perseguir la corrupción donde aparezca…” (M. Rajoy Brey)

En definitiva, esto es sólo una pequeña muestra de las herramientas y mecanismos argumentativos utilizados por nuestros políticos en sus discursos, que encierran errores y persiguen fines espurios. Podemos leer discursos plagados de argumentos ad ridiculum, ex silentio, non sequitur, ab annis, ad baculum, ad verecundia… entre otros. Imperdonable, porque si tergiversar la realidad siempre es punible, hacerlo en época de crisis traspasa los límites de la ética y la moralidad.

El discurso de un político puede ser un aguacero que empape los campos sedientos de mejora, pero también puede ser una tempestad que infunda odio y rencor en el electorado. Acertar con la palabra adecuada en una situación delicada exige una habilidad especial para no caer en la locuacidad o la verborrea. Que las propuestas políticas prosperen o no depende, en gran medida, de la habilidad del político para explicarlas y de su destreza para lograr que los destinatarios las acepten y se identifiquen con ellos y con su mensaje. No es momento de mentir ni de engañar ni de falsear la realidad, porque los ciudadanos ya no quieren un discurso político. Los ciudadanos quieren, anhelan y esperan un discurso de soluciones.

*Texto publicado en Campaigns & Elections en Español, Jan-Feb 2014

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