Sin pasión, sin emoción, sin persuasión

El discurso con el que nos sorprendió el presidente de la Academia del Cine, Enrique González Macho, en la Gala de los Premios Goya 2014 ha sido uno de los más claros ejemplos de lo que no se debe hacer delante de un auditorio. Y no me estoy refiriendo precisamente al contenido del mismo, sobre el que me reservo mi opinión, sino a la puesta en escena del presidente, a su discurso. Un discurso que, con toda seguridad, ha sido preparado con la suficiente antelación como para haber brillado encima del escenario y haber conseguido que fondo y forma, contenido y continente, fueran de la mano. Sin embargo, la puesta en escena del presidente ha dejado mucho que desear. Ni suasoriae ni controversiae. González Macho ha obviado cualquier ejercicio de retórica, quebrantando sin ningún tipo de pudor las reglas más básicas que determinan el éxito de un discurso. Velocidad, entonación, ritmos, silencios… Elementos que hacen más o menos interesante, más o menos claro el discurso, han puesto de manifiesto la falta de seguridad, de concentración y de relajación por parte del orador.

Si lo que se recomienda es no leer, el presidente de la Academia ha recitado un discurso carente de entonación y protagonizado por una rapidez excesiva en su lectura, como si de una cuenta atrás se tratara. En varias ocasiones se ha equivocado al pronunciar determinadas palabras, producto del ansia por contar y reivindicar todo aquello que tenía preparado.

Fuente: premiosgoya.academiadecine.com/actualidad/detalle.php?id=373
Fuente: Academia de Cine. Premios Goya.

Y si se decide llevar el texto escrito, es aconsejable hacerlo sobre una carpeta, de tal modo que lo que se ofrezca al público sea la parte de atrás de la carpeta y no los papeles. Lo que nosotros vimos fueron unos folios grapados, doblados y requetedoblados, que impedían al orador pasar de uno a otro sin la ayuda del humedecido dedo índice de su mano derecha. A punto estuvo el presidente de perder alguna de sus páginas, pero… “no, no me falta”.

Así es la historia. Intelectos que fallan y que se olvidan de que un mensaje eficaz requiere algo más que contenido. No es precisamente empatía lo que el presidente buscaba en su público. Lejos de la emotividad, de la persuasión y de la pasión, su objetivo no era ni convencer ni persuadir. El orador conocía al público al que se dirigía, con el que comparte inquietudes cinematográficas. Quizá ese fuera el principal motivo por el que descuidó la parte retórica del discurso, en pro de la parte más filosófica. Espero que D. Enrique González Macho reciba el feedback de la audiencia y que sepa sacarle el máximo provecho para futuras intervenciones. Sin duda, todos se lo agradeceremos.

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